Ilustración persona agachada monstruo cabeza

¿Qué pasa con los pacientes de psiquiatría con comportamiento violento en Cuba?

21 / noviembre / 2023

18 de noviembre de 2022. Un hombre yace muerto en la hierba. Unas 50 personas rodean el cadáver.

«Se lo merecía por loco», se escucha decir a una muchacha que grabó la caída desde el balcón de un cuarto piso. Ella lleva «un trofeo» en su celular. Lo sube a Facebook. Se le escucha burlarse del «escudo» (un pedazo de madera) de la víctima.

«¿Víctima?», se pregunta alguien. «Ese hombre es un asesino», coincide el público que conoce los sucesos previos. «Empújalo para que se muera», gritaron desde abajo mientras lo veían tambalearse en la cornisa del edificio.

A su alrededor la gente sonríe, comenta, se sorprende, mientras apuntan la cámara de sus celulares al cadáver que yace en la hierba.

El hombre no provoca empatía, ni vivo ni muerto. El hombre sufría un trastorno mental. Estaba enfermo; pero eso a la gente no le importa.

Falta de medicinas, la raíz del problema

Geovanis Padrón Abreu era el nombre del hombre muerto en la hierba. Tenía 46 años el día que cayó del edificio 33 de la calle Martorell en el municipio mantancero Colón. Horas antes había agredido a varios vecinos y provocado la muerte de su madre y otra señora mayor. Padecía esquizofrenia de acuerdo con las fuentes oficiales, y no tenía medicinas para su tratamiento, según declararon los vecinos.

En redes sociales, cuando se conocieron los detalles de su enfermedad, la mayoría de los usuarios reconoció en la falta de medicamentos la causa de su comportamiento.

Su caso no es único. No pocas veces se ha llamado la atención sobre cómo afecta a la población en general la descontinuación del tratamiento médico a quienes tienen padecimientos de psiquiatría en específico.

Marisol* compra los medicamentos para su hermana María en el mercado negro. María suele quedarse encerrada en casa cuando está descompensada porque viven ellas dos solas y Marisol trabaja.

«Ella habla mucho sola, y cuando está sin medicación tiende a agredir verbalmente a las personas», cuenta Marisol. «Desde el portal de la casa le dice cosas a la gente que pasa, las conozca o no».

María «es una desconocida» cuando no tiene pastillas. Sufre a veces delirios y alucinaciones y es cuando se comporta de forma más violenta. Marisol reconoce que a veces han tenido que ingresarla en la sala de agudos del Hospital Psiquiátrico porque ella sola no logra controlarla.

Cuando la madre de ambas murió y Marisol comenzó a cuidar a María, tenía sentimientos encontrados. «La psiquiatra no solo la trató a ella sino también a mí», recuerda Marisol. «Con el tratamiento adecuado, muchas personas pueden llevar vidas más estables y menos violentas. Si a mi hermana no le faltaran los medicamentos estaría mucho mejor».

Sin embargo, comprar medicamentos en el mercado negro tampoco es la solución. Es peligroso y arriesgado. No hay garantía de autenticidad o calidad, y pueden estar contaminados o tener dosificaciones incorrectas.

«Sin la supervisión de un profesional de salud, se corre el riesgo de interacciones medicamentosas peligrosas, falta de seguimiento médico y dosificación inadecuada, lo que puede empeorar las condiciones de salud mental. Además, muchos medicamentos psiquiátricos tienen efectos secundarios serios y potencial adictivo», explica la psiquiatra Anamaris Barrisonte.

No obstante, reconoce que muchas familias tienen que acudir a vías informales para adquirir las medicinas, que a veces son las mismas que se comercializan de manera controlada en la red de farmacias cubanas o son traídas desde el extranjero.

También reconoce que, ante la escasez de fármacos, el miedo a un paciente descompensado a menudo lleva a soluciones punitivas que no abordan la causa o raíz del problema.

La psiquiatra Anamaris Barrisonte recuerda el caso de un joven que dormía en un cuarto con rejas. Cuando no tenía tratamiento era un peligro para sus padres y decidieron trancarlo en una habitación.

«Su mamá y su papá son dos personas muy viejitas y no podían controlarlo. Varias veces los agredió, pero no recibieron más ayuda que algún ingreso temporal en el hospital».

Según cuenta, el resto del tiempo el paciente vivía encerrado en su cuarto. Allí lo hacía absolutamente todo. No salía de la habitación ni para ir al baño. En los días de crisis la comida se la dejaban en el suelo en platos plásticos. «Era como vivir en una cárcel», describe la profesional.

Barrisonte cuenta que una vez, cuando lo habían ingresado en el hospital, logró entrar al cuarto y «le partió el alma» ver las condiciones en las que vivía el joven.

«Prácticamente no tenía nada de ropa ni percheros ni cosas con las que pudiera agredir a las personas. Fue la solución que encontraron sus padres, que se negaban a abandonarlo a su suerte, pero tampoco recibían ayuda», recuerda la psiquiatra.

Los padres también se enfermaron de los nervios porque no soportaban ver a su hijo en esas condiciones, pero no podían hacer mucho más. La familia se desentendió y ni siquiera los visitaban. Los vecinos se quejaban porque el muchacho gritaba mucho y les molestaba.

Más allá de un ingreso temporal, las instituciones de salud le reiteraban que no tenían posibilidad de ingresar de manera permanente a su hijo porque tenía una familia que lo cuidara.

De acuerdo con la Resolución Ministerial 35 del Minsap, «en el servicio de larga estadía se ingresan pacientes con enfermedad mental severa y necesidad de rehabilitación, que por la complejidad de su medio social no logra iniciar esta de manera ambulatoria, por un período de tiempo superior a los 30 días y hasta tanto se modifiquen los criterios que motivaron su ingreso».

Legna, enfermera del Hospital Psiquiátrico de Las Tunas, reconoce que la mayoría de los pacientes ingresados en las salas de larga estadía están allí por abandono familiar.

«Hay muchas personas que eran cuidados por sus padres y cuando estos fallecen ningún otro familiar se puede quedar con ellos», comenta.

También pasa que con la crisis actual muchos potenciales cuidadores no pueden garantizar las condiciones de vida idóneas para los enfermos a su cargo.

«Si ni siquiera las instituciones sanitarias pueden garantizar un plato de comida apropiado, imagínate en los hogares de la familia».

No obstante, Legna reconoce que existen casos de «amiguismo» que resuelven una cama para un familiar, tenga o no los criterios que se exigen para el ingreso de larga estadía.

Desestigmatización, comprensión y empatía

Anamaris Barrisonte recuerda una mañana cuando, mientras hacía las pruebas correspondientes a un señor de unos 60 años, la psicóloga comenzó a hacerle señas por la puerta de escape.

«Era una persona educada, de hablar lento, que traía un cuchillo en la parte trasera del pantalón y había dicho varias amenazas en el pasillo del policlínico», cuenta. «No se le notaba alteración alguna y la psicóloga quiso alertarme por la puerta de salida de emergencia».

No fue hasta que el hombre salió de allí que Anamaris supo por qué su colega le abría los ojos desesperadamente, como queriéndole avisar. Aunque reconoce que tuvo miedo, sabía que esa no sería la única experiencia con un paciente de psiquiatría con comportamiento violento por descompensación clínica.

Anamaris no los culpa. Aprendió en su carrera que, contrario a la creencia popular, las estadísticas demuestran que la mayoría de las personas con enfermedades mentales no son violentas. «De hecho, son más propensas a ser víctimas de violencia que a ser perpetradores», comenta.

«Los comportamientos violentos en pacientes psiquiátricos generalmente tienen una causa subyacente relacionada con su condición de salud mental. Entender esto es crucial para implementar un tratamiento efectivo».

Anamaris asegura que, si temiera a cada paciente que trata, no trabajaría. La sociedad solo ve el exterior de una persona, pero casi nunca la gente se detiene a pensar qué cosas puede haber vivido o estar viviendo una persona con estos trastornos de salud.

«La empatía, tanto a nivel profesional como personal, nos lleva a buscar el porqué detrás del comportamiento, en lugar de simplemente etiquetar a la persona como peligrosa», dice.

Un estudio a los autores de homicidios acaecidos en La Habana que fueron peritados entre 2011 y 2013 reveló que los victimarios psicopatológicamente se caracterizaron por ser individuos con trastornos antisocial y orgánico de la personalidad; además de consumidores perjudiciales de alcohol; lo cual provocó que hubiera motivaciones compatibles con un patrón de violencia instrumental.

La violencia instrumental es la violencia que se utiliza como medio para alcanzar un objetivo específico, a diferencia de la violencia impulsiva o emocional. En otras palabras, estos homicidios no fueron actos de pasión o ira espontánea, sino más bien actos calculados para lograr un propósito particular.

«En pocos casos eran portadores de verdaderas enfermedades psiquiátricas; lo que anula lo planteado a través de los años, de que los autores del homicidio suelen ser habitualmente enfermos mentales. Realmente son personas incapaces de adoptar normas de convivencia adecuadas al medio sociocultural en el que se desarrollan, con escasos valores morales y éticos», asegura la investigación.

Existen medidas de prevención, contención y protocolos de seguridad al manejar casos que involucren violencia o riesgo de violencia.

Las salas deben ser acogedoras, pero también deben permitir una salida rápida en caso de emergencia. La disposición de los muebles debe evitar que el paciente bloquee la salida del terapeuta. Es vital tener un protocolo claro para situaciones de emergencia, incluidos intentos de autolesión, agresión o amenazas.

Anamaris Barrisonte cuenta que recientemente evaluó a un joven con trastorno psicótico. Durante la consulta, mostró una mirada desafiante y amenazante, comprensible dadas las circunstancias que lo llevaron a ver a un especialista.

«A pesar de la intimidación, mantuve la calma y seguí el protocolo establecido para realizar una evaluación psiquiátrica completa y objetiva. Logré que completara las pruebas necesarias, sin demostrar el temor que sentía internamente», confiesa.

Situaciones como esta recuerdan la importancia de conservar la compostura y el profesionalismo ante pacientes potencialmente peligrosos.

«Nuestra labor requiere temple, tacto y habilidades para crear un ambiente de confianza, incluso ante miradas intimidatorias. Con empatía y experiencia, podemos sortear estos retos», concluye.

Víctimas, no culpables

Un hombre yace en la hierba cubierto con una sábana. Nadie sabe su nombre. A nadie le importa.

En las imágenes del momento anterior a su caída desde el balcón de un cuarto piso en un edificio, no se ven profesionales capaces de lidiar con este tipo de situación.

Un hombre sin camisa y en short, presumiblemente vecino del barrio por su vestimenta, y un policía son las únicas dos personas que se le acercan. No parecen hablarle para disuadirlo del riesgo que corre; tratan de agarrarlo.

Desde el suelo la multitud mira y graba con sus celulares «el espectáculo». Algunos le gritan: «Tírate, maricón».

Finalmente, tras la caída, se escuchan comentarios de satisfacción porque «ha muerto el asesino». Pocos se preguntan qué situación llevó a aquella persona, con una enfermedad mental, a comportarse así.

Lejos de generar empatía, las historias de personas con enfermedades mentales y comportamientos violentos provocan rechazo: el alcohólico que le lanzó una botella a una integrante de la orquesta Original de Manzanillo durante un concierto en Morón; la mujer que agredió a su madre.

«¿Es posible que sea un paciente el único en sentir empatía por otro paciente?», se pregunta a menudo Víctor Cuevas, diagnosticado con un trastorno bipolar y gestor de Corazón Solidario, un proyecto que ayuda a pacientes con estas enfermedades.

Al conocer la noticia y la historia alrededor de la muerte de Geovanis Padrón Abreu, sintió dolor. «Imagínate cómo estaría ese pobre hombre cuando hizo eso».

Víctor recuerda que una vez en el Hospital Psiquiátrico de Villa Clara, donde trabajó como enfermero, tuvo un paciente que mató a la madre porque el cuñado había matado a la hermana, y en sus alucinaciones, él vio en la madre al cuñado, y la agredió.

«El mundo de la enfermedad mental es muy, pero muy complejo, y los recursos que se le dedican a otras especialidades médicas no se lo dedican a la salud mental», dice Víctor.

«A veces nos miran diferente por tener una enfermedad mental. Pero la verdad es que los números no mienten. Hay más personas “normales” que cometen crímenes que personas como nosotros. La gran mayoría de nosotros jamás le haríamos daño a nadie. Solo queremos vivir en paz y ser tratados con respeto».

El estigma asociado con los trastornos mentales representa un obstáculo importante para que los pacientes busquen tratamiento y se recuperen. Mostrar empatía hacia las personas con enfermedades psiquiátricas puede contribuir a disminuir el estigma, lo que a su vez podría fomentar un ambiente más propicio para su tratamiento e inserción social.

«Ver a alguien solo a través del lente de su comportamiento violento es deshumanizante. La empatía nos ayuda a reconocer la complejidad y la dignidad inherente de todos los individuos, lo cual es esencial para cualquier abordaje terapéutico efectivo», indica la psiquiatra Anamaris Barrisonte.

«Como sociedad tenemos la responsabilidad ética y humanitaria de cuidar a todos sus miembros, incluidos quienes tienen enfermedades mentales. La empatía es fundamental para cumplir con esta responsabilidad de manera eficaz», asegura Barrisonte.

Víctor reconoce que las personas con enfermedades de psiquiatría cargan con una cruz pesada por los estereotipos, pero asegura que es posible mostrarle a la sociedad que no son peligrosos ni malos, solo seres humanos que lidian con una condición difícil.

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Patricia

Mi papá tiene una esquizofrenia paranoide y lo tengo sin risperidona que es lo que toma rezándole a dios todos los días porque entre el medicamento ya que sin él se pone muy agresivo que triste la verdad que yo siendo enfermera no pueda ayudar a mi propio padre por falta de el tratamiento
Patricia

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