Largas filas para comprar pasajes a Nicaragua / Foto: Pedro Sosa

Largas filas para comprar pasajes a Nicaragua / Foto: Pedro Sosa

Lista de espera

7 / diciembre / 2021

Son cerca de las tres de la mañana y un hombre se mueve entre las columnas del fondo del Centro de Negocios de Miramar, en la parte más cercana a la 5ta Avenida, en La Habana. Va envuelto en mantas, una enroscada alrededor de la cabeza y otras dos que le cubren el cuerpo por el frente y por la espalda. Se detiene detrás de un árbol. Entre el silencio de la noche fría y la avenida desierta, es fácil escuchar el chorro de orine cayendo a tierra.

Termina y regresa a su refugio, un portal que bordea todo el complejo de edificios. Junto a él, poco más de 10 personas duermen en el suelo, envueltos en colchas que les cubren hasta los rostros. Un hombre se tapa con cajas de cartón abiertas, como un sin casa. En una esquina, dos jóvenes yacen frente a su moto, medio sentados contra una columna, con los cascos sobre las caras como mascarillas de avión.

En el frente pasa la noche apostada una patrulla, por eso todos van a dormir al fondo. Los guardias de seguridad del complejo les dan vueltas a cada rato, los mantienen vigilados, y los policías hacen como si no estuvieran.

El Centro de Negocios de Miramar siempre me ha parecido un pedazo de otro país metido a la fuerza en Cuba. Edificios altísimos e impolutos, con jardines de césped eternamente verde y recortado, las ventanas grandes de cristal reluciente, los trabajadores vestidos de camisa y corbata…

Las veces que he pasado por el frente en un P1 repleto, con gente sudorosa apretándome contra la puerta o la ventanilla, he percibido a estas como barreras colocadas no para evitar que salga uno disparado de la guagua, sino para separar nuestra realidad de aquella imagen medio utópica que tenemos los cubanos de otras ciudades del mundo.

Ahora, sin embargo, encuentro en el mismo Centro de Negocios la más vívida imagen de un sentimiento nacional, resultado de la acumulación de tantas cosas que sí son Cuba. Veo a las víctimas de la realidad rompiendo las barreras, manchando la utopía y haciendo lo que haga falta, no importa cuánto tarde, para salir a otras realidades. 

«Pa´ donde sea, Canel, pa´ donde sea»

Desde que el Gobierno de Nicaragua anunció el otorgamiento de libre visado para los cubanos, las redes se llenaron de memes. En uno de los primeros que vi, aparece el presidente cubano, Miguel Díaz-Canel, hablando con una muchedumbre de personas. Él les dice: «Lo que pude resolverles fue Nicaragua»; y ellos responden entusiasmados: «Pa’ donde sea, Canel, pa’ donde sea».

Me dio risa y angustia. Es gracioso, pero también duele pensar que los cubanos podamos estar tan desesperados como para abordar un avión, una balsa o cualquier cosa y salir «pa’ donde sea».

El jueves 25 de noviembre llegué al Centro de Negocios de Miramar para averiguar sobre el estado de la venta de pasajes a Nicaragua. Dentro de ese complejo radican varias aerolíneas, entre ellas Copa y Conviasa, dos de las más utilizadas por los cubanos para viajar a otros países de Latinoamérica.

El frente de la oficina de Copa estaba repleto de personas formadas en filas más o menos organizadas. Pregunté y me explicaron que la aerolínea tiene al menos un año de pasajes vendidos que no se pudieron efectuar por la pandemia y que ahora tienen que reprogramar.

Los clientes de la cola dijeron llevar semanas esperando. Estaban alterados, en busca de cualquier chispa para encender una llama contra la compañía. Si Copa hubiera empezado a vender pasajes nuevos, le habrían virado la oficina al revés.

De todos modos, llegué hasta la puerta.

–¿Hay alguien con quién pueda hablar para preguntar sobre la venta de pasajes para Nicaragua? –pregunté al custodio.

–No hay hasta nuevo aviso –respondió y me cerró la puerta en las narices.

Seguí hasta la siguiente opción lógica: Conviasa, la aerolínea venezolana. En el exterior de esta también había un buen número de personas, incluso más que en Copa, pero muy pocas estaban formadas en una fila para entrar a la oficina.

En su mayoría, estaban sentadas a lo largo del murito de piedra que bordea el complejo. Conversaban en pares o en grupos y nada más. No parecían estar esperando para algo concreto. Simplemente estaban ahí.

Cuando me acerqué, la charla entre dos hombres fue preparándome para lo que encontraría al preguntar.

–El lío es que normalmente la gente se va pa’ Panamá o no sé, pa’ otros países, lo que hace falta visa –dijo uno.

–Asere –respondió el otro–, yo llevo tres meses aquí durmiendo en un colchón en el piso. Ya yo me voy pa’ donde sea.

Otra vez «pa’ donde sea». Aunque sin Canel, el meme iba cobrando matices de realidad al tiempo que iba perdiendo su gracia.

Le pregunté a una pareja de hombre y mujer, ambos un poco por encima de los 40 años, para qué estaba toda esa gente ahí.

–Estamos para comprar pasajes para Nicaragua –me dijo ella.     

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Largas filas para comprar pasajes a Nicaragua / Foto: Pedro Sosa

Según datos de la organización Banco Mundial, Nicaragua presentó una estable expansión de su actividad económica entre 2000 y 2017, potenciada sobre todo por remesas enviadas desde otros países y por la inversión extranjera –términos que a los cubanos nos son también muy familiares–.

Sin embargo, desde 2018, lo que antes fue alza ha ido en picada, y esto se agudizó por las consecuencias de la COVID-19. A mediados de 2021, como reflejan los resultados de una macroencuesta realizada por Banco Mundial, el 44 % de los hogares reportó estar adquiriendo menos ingresos de los que antes percibía. Además, también por esa fecha, el 26 % de los hogares informó haberse quedado sin alimentos durante el último mes, lo cual es una muestra enorme de inseguridad alimentaria. Y se estima que la pobreza –definida como vivir ganando menos de 3.2 dólares diarios por persona– aumentó del 13.5 % en 2019 a un 14.6 % en 2021.

Si a esto se le suma la incertidumbre política del Gobierno de Daniel Ortega, que se sostiene entre acusaciones de fraude electoral y, al igual que en Cuba, agrede de forma constante y de diversas maneras a sus opositores, se puede llegar a la conclusión de que Nicaragua pudiera ser un perfecto «donde sea». «Pa’ donde sea, Canel, pa’ donde sea».

–Ah, ¿entonces están vendiendo pasajes? –continué de todos modos la conversación.

–No, no están vendiendo de momento. Tenemos la esperanza de que empiecen el lunes.

–¿Pero han dado alguna información oficial? ¿Algo?

–Nada. No sabemos nada oficial. Estamos aquí… esperando.

Después sabría que la espera para viajar a Nicaragua era de días. Desde el lunes 22, cuando se declaró el libre visado, empezaron a llegar los primeros cubanos a marcar para comprar su pasaje. Con el fin de mantenerse ordenados, hicieron una lista con los nombres de quienes estaban ahí. Llegaron hasta 61 personas. Cuando hubo más, empezaron una nueva lista que llegaría hasta la misma cantidad.

A la altura del jueves, se estaba confeccionando la lista cuatro, con lo cual se puede calcular que unas 244 personas esperaban poder comprar su pasaje a Nicaragua.

Intenté presentarme como periodista y entrevistar a algunos de los presentes. El primero fue un señor de cerca de sesenta años que alegó no saber nada de eso. Supuestamente, solo había ido a llevar a alguien.

Luego otro hombre de cincuenta y tantos.

–No, a mí no me gusta que me hagan preguntas –me dijo.

–¿Y si no me dice su nombre? Así no hay cómo reconocerlo. Solo quiero que me explique algunas cosas.

–No. El problema es que… yo no sé hablar. Eso, no sé hablar.

La tercera fue una mujer que ni quiso decir: «no». Solo contrajo todo el cuerpo, enarcó las cejas y negó con la cabeza. Ante cualquier cosa que le dije, se limitó a hacer ese gesto.

Entonces entendí que había cometido un error. Anotarme en una lista e infiltrarme como uno más hubiera sido más inteligente. Después de haberme delatado, a cada rato algunas personas me señalaban, se quedaban mirándome sin ningún disimulo, aunque yo también las mirara a ellas, y las oía cuchichear: «¿Ese?», «Sí, ese mismo, el del moño».

En cuestión de minutos, todos sabían que era periodista y que andaba haciendo preguntas. ¡Preguntas…! ¡Qué problema!

Mi nueva estrategia fue sentarme, mirar y escuchar, como una mosca pegada a la pared.

De repente salió una mujer de la oficina de Conviasa y llamó a los demás. El grupo se apretujó a su alrededor, desesperado por cualquier información nueva.

–Miren –gritó la mujer–, yo entré ahora a hacer otra pregunta y bajó el que está a cargo de esto y me dijo que informara aquí afuera que no se van a vender pasajes. Lo único que se va a seguir haciendo es reprogramar los que estaban vendidos y no pudieron volar, así que todo esto es por gusto –algunas personas la estaban grabando con sus teléfonos celulares–. A mí no me importa que me graben. Graben lo que les dé la gana. Las listas y todo es por gusto. Me lo acaban de decir.

El grupo se dispersó, pero no se marchó. Cada cual regresó al pedazo de muro que ocupaba antes. Las teorías más comunes, entre todas las que se alzaban a voces, eran que se trataba de una mentira de la aerolínea para salir de ellos o de un invento de la mujer para que se fuera gente. Por entre el murmullo y la alteración se escuchó un grito: «¡De aquí no se va nadie sin pasaje!».

Otra mujer seguía grabando a la que había salido con la información. Eso colmó su paciencia. Sacó su celular y empezó a filmar también. Se enfocó en la que la grababa a ella, luego en el grupo en general, después uno por uno a cuantos pudo, acercándoles la cámara al rostro.

–Yo me sé defender, pa’ que lo sepan –gritaba. A mí no me van a joder, porque yo sé defenderme. Aquí todos ustedes están pa’ lo mismo que yo. Yo soy cuentapropista, le pago un impuesto al Estado y tengo derecho a viajar.

–¡Y a emigrar! –gritó el que no sabía nada y solo había ido a llevar a alguien.

Entre los vítores del resto del grupo, entendí que, aunque no existiera ya una visa que denegarles y aunque gritaran a viva voz que era su derecho viajar, sentían, de cierta forma, que estaban cometiendo algún tipo de crimen estando ahí. Por eso nadie sabía nada y nadie quería hablar. Cualquier cosa podía «joderles» su salida del país.

Al final, todos se calmaron y la mujer dejó de grabar. «La lista es por gusto, todo es por gusto», repitió algunas veces más, pero después fue y, como los otros, recuperó su espacio en el muro de piedra. Y la espera continuó.

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Largas filas para comprar pasajes a Nicaragua / Foto: Pedro Sosa

Siete listas VS pasajes reprogramados

El viernes, temprano en la mañana, había grupos de personas cargados de mochilas. Una mujer dormía sobre unos bultos. El ambiente estaba tranquilo, lleno de cansancio, con ligeros toques de hastío. Yo me senté apartado a ver cómo los madrugadores se desperezaban frente a las oficinas de Conviasa.

Casi instantáneamente se me acercó una mujer. Sabía –como todos a esa altura– que era periodista y quería saber si yo había sido quien publicó en alguna página de Facebook la mentira de que, el día anterior, ahí se había formado una bronca con policías, boinas negras y todo lo imaginable. Evidentemente, yo no fui. Ni sabía de qué página me estaba hablando.

Le dije eso y que, ya que había venido voluntariamente a hablar conmigo, quizá pudiera explicarme un poco su situación, aunque no me quisiera decir su nombre.

–Mira –accedió–, yo llevo cuatro días aquí y no nos dicen nada de cuándo van a empezar a vender pasajes, más o menos cuál va a ser el precio… No nos dicen nada. Ayer, el que está a cargo de la oficina mandó decir, primero, que no se iban a vender pasajes, que nada más iban a reprogramar los que estaban pendientes. Después, mandó decir que el libre visado de Nicaragua era nada más para los que tenían pasaje. Nos pusimos pesados, a gritarle que saliera a decírselo al pueblo y no mandara el recado con una sola persona. Entonces se asomó por la puerta y dijo que él no iba a salir, que no había dicho nada de eso y que todo fue un malentendido.

La conversación se paralizó cuando un empleado de Conviasa salió de la oficina. Era un hombre bajito, con una camisa naranja que tenía el logo de la compañía en el pecho, en las mangas y en la espalda.

Como cada vez que parecía haber alguna información renovada, todos corrieron y se agruparon a su alrededor.

–Para los que están esperando por la venta de pasajes… –dijo– ¡No se van a vender hasta nuevo aviso! La venta está PROHIBIDA. Tenemos muchos vuelos que reprogramar y no hay capacidades.

Dicho eso, se concentró en los que estaban para reprogramar pasajes anteriores. La situación de Conviasa, en este aspecto, no está muy distante de la de Copa. Tiene acumulados cientos de boletos vendidos para los meses en los que no se pudo volar por la pandemia y, al menos para Nicaragua, actualmente está dando solo un vuelo cada quince días, con no más de 100 capacidades.

Según el Instituto Nicaragüense de Turismo (Intur), citado en El Confidencial, en 2018 entraron a su país solo 566 cubanos. Sin embargo, luego de una flexibilización del visado, en 2019 entraron 5 000 visitantes de la Mayor de las Antillas.

Entre 2020 y 2021 se frenó la afluencia de cubanos hacia Nicaragua por el cierre de fronteras en la isla, que recién se levantó el pasado 15 de noviembre. Pero se supone que la cantidad de personas que compró pasajes durante esos dos años sea, por lo menos, de algunos miles.

De momento, por la cantidad de personas a reprogramar con un único vuelo quincenal, hay algunos con fecha de viaje para febrero y hasta marzo de 2022, por lo cual sería entendible que no vendieran nuevos pasajes, al menos, hasta acabar con aquellos vendidos, pero el grupo de personas que espera para comprar se ha mantenido firme en la creencia de que sí lo harán.

El mismo viernes, las cuatro listas del día anterior se habían convertido en siete. O sea, que una cifra de entre 367 y 427 personas estaban a la espera de comprar pasajes con destino a Nicaragua.

Para no estar todos al mismo tiempo, se organizaron. Cada lista tiene una especie de líder, que es quien se apunta de primero en ella, y este se encarga de organizar las guardias. Uno o dos miembros de cada lista deben estar de seis de la mañana a seis de la tarde, y luego otros de seis de la tarde a seis de la mañana. Así cuidan la cola y le explican todo ese orden a quienes llegan nuevos.

Además, cada lista se comunica por un grupo de WhatsApp en el cual están sus 61 miembros. Por ahí, se supone que avisen si de forma repentina empiezan a vender pasajes, aunque muchos van durante el día incluso si no les toca, por si acaso.

En determinado momento, una señora de más de 50 años, luego de haberle enseñado mi perfil de Facebook y mis trabajos periodísticos publicados para demostrarle que no era del DTI, se sinceró conmigo y me dijo:

–Ya yo soy una trabajadora de Conviasa, pero de la puerta para afuera. Todos los días estoy aquí de 10 de la mañana a 5 de la tarde y a veces hasta de noche.

–¿Y por qué están esperando a que saque pasajes Conviasa específicamente y no otra aerolínea, como Copa, por ejemplo? –le pregunté.

–Porque Conviasa es mucho más barata, y Copa ha tenido problemas más serios con sus clientes. Si te digo la verdad –cambió el tema de conversación–, esto no lo tenían que haber ni dicho. Si no iban a vender pasajes, mejor no hubieran dicho nada del libre visado –se lamentó, como si no quisiera estar ahí, pero, de cierto modo, tuviera que hacerlo.

Nicaragua como zona de paso

El viernes en la tarde se discutía la posibilidad de desintegrar la lista dos porque sus representantes no estaban haciendo guardias. Justo en ese momento, llegó la organizadora de ese listado con su marido y algunos otros miembros de la dos.

Al momento el hombre entró en cólera: «Aquí nadie va a romper ninguna lista, porque lo que quieren es quitar a uno pa’ ganar puestos y yo no vine aquí por gusto. Le voy a meter dos pescozones a cualquier aquí. Yo sí soy un pingú…».

La mujer intentaba explicar que le parecía absurdo hacer guardia en la noche y él seguía: «Oye, Roxana, no hables más nada. Aquí nadie va a romper ninguna lista».

Uno de los otros organizadores les dijo que, si empezaban a vender los pasajes y no había nadie de su lista ahí, iba a ver quién les iba a avisar. En milésimas de segundo, el alterado se enfrió: «Sí, Roxana, lo que él dice tiene lógica. No nos vamos a enterar».

La posibilidad de comprar pasaje calma a las bestias más que el sueño. En menos de una hora, se organizó una guardia para la lista dos.

Sin embargo, más que lo gracioso del cambio repentino de actitud, se me grabó en la mente una frase de ella mientras defendía su imposibilidad para hacer las guardias: «Es que yo no puedo estar aquí todo el tiempo porque tengo que trabajar. No puedo dejar mi trabajo… hasta que logre viajar».

Hasta que logre viajar. Como dirían nuestros narradores de béisbol: «A esa, olvídenla».

«¿Vale la pena quedarse en Nicaragua a pesar de su situación de crisis? –me pregunté. ¿De verdad se puede lograr ahí la vida estable con la que soñamos los cubanos?».

En un grupo de Facebook llamado Cubanos para Nicaragua, México y resto de Latinoamérica encontré una publicación de un usuario llamado Paco Miranda, que preguntaba: «¿Qué tal Nicaragua para ir a vivir con mi niña de 5 años?». Salvo un comentario con el texto: «Cualquier país está mejor que Cuba» y otro muy similar, la mayoría eran negativos. Algunos ejemplos son: «Malo»; «Mire, no le aconsejo intentar eso de ir a vivir a Nicaragua, yo conozco Nicaragua, no le quito su inspiración, pero piénselo…»; «Salir de una dictadura para entrar en otra»; «Sinceramente, Nica no es tan bueno para trabajo, te digo, sigue al norte».

En correspondencia con este último comentario, muchas personas vaticinan que el libre visado para el país centroamericano supondrá un éxodo masivo de cubanos hacia los Estados Unidos, similar al de los balseros en el 94, pero en aviones, producto de la prolongada crisis económica y la recientemente agudizada crisis política en nuestro país.

De momento faltan vuelos para que se cumplan estos pronósticos, pero si los hubiera, pudiera ser.

Según France 24, diariamente unas 400 personas traspasan Trojes, frontera entre Nicaragua y Honduras, con rumbo a los Estados Unidos. Ante esta situación, la actitud de las autoridades hondureñas va encaminada a dejar libre el paso hacia los países vecinos. No detienen a los migrantes, sino que les dan un plazo de cinco días para que abandonen su territorio.

Desde Honduras, los migrantes deben seguir subiendo hacia Guatemala y de ahí cruzar a México, donde están a solo un paso del «sueño americano». Orlando Beltrán, un cubano que subió hace unos meses desde Surinam hasta Miami, me aseguró por Messenger que el trayecto desde Centroamérica es fácil. «En dos días se llega a México, cogiendo carros y guaguas –contó. La parte más peligrosa, por los narcos y los secuestros y eso, es entre Panamá y Colombia, pero estando en Nicaragua ya te saltas toda esa zona».

Además, todos los caminos no llevan al norte. El fin de semana, en el Centro de Negocios no había mucha gente. Como la oficina no abría ni sábado ni domingo, solo estaban quienes les tocaba la guardia de cada lista y todos estaban bastante relajados.

Un hombre de alrededor de sesenta años aprovechaba la wifi del lugar y se le veía ensimismado en su teléfono móvil. Yo estaba sentado a escasos metros. Me miró y me dijo:

–¿Tú sabes de informática? O sea, andar con los trastos estos.

–Bueno, depende de lo que sea.

–Ven un momento, hazme el favor, a ver si me puedes ayudar con esto, porque me dice que ingrese mi currículo y no sé qué más y yo no sé qué tocar.

Me acerqué a ayudarlo. Resulta que estaba rellenando un formulario de ofertas de trabajo temporal en Trinidad y Tobago, porque tenía un sobrino ahí que lo podía ayudar.

«Yo tengo una hija aquí que es ingeniera informática –me comentó. Le dije que está comiendo tremenda perra mierda. Eso del capitalismo malo explotador de antes ya hasta los mismos capitalistas lo aborrecen. Así uno no trabaja, no te dan ganas. A ellos les conviene que tú tengas resultados, para que quieras trabajar bien. Aquí no. Aquí, hasta cuando consigues un contrato con extranjeros, lo que quiere el Estado es ver cómo tumbarte toda la plata y dejarte cuatro pesos. Mira a ver esto. Yo soy mecánico, tiene que haber algo ahí para mí».

Seguían –siguen– sin venderse pasajes y él ya estaba solicitando empleo en Trinidad y Tobago, más al sur que Nicaragua, con nada menos que cuatro países de por medio.

Aunque no tengan el nivel de desarrollo del gigante norteño, muchos cubanos van a donde puedan bajo la máxima, expresada también en uno de los citados comentarios de Facebook, de que «cualquier país está mejor que Cuba».

El mercado de mulas: otra razón para viajar

Durante la discusión de las filmaciones del jueves, la mujer a la que estaban grabando expresó, para intentar dejar claro en todos los videos que ella no estaba cometiendo ningún crimen, que como era cuentapropista y le pagaba un impuesto al Estado, tenía también derecho no solo a viajar, sino a comprar en el exterior.

El grupo, que la seguía en todos sus planteamientos a la vez que la molestaba continuando las filmaciones, aseguró que, efectivamente, a la mayoría le interesaba el viaje para comprar y no para emigrar. Los que sí quisieran quedarse no lo iban a decir, por supuesto, pero también es seguro que muchas de esas personas sí van, como a Panamá u otros países de la región, a buscar productos por cantidades para traer y revender.

Son las llamadas mulas, lo cual en la isla también es ilegal, pero mientras acepten que van a comprar y no que luego van a vender, no están admitiendo ningún crimen.

En el grupo de Facebook anteriormente mencionado, hice una publicación con el texto: «¿Alguien que haya ido recientemente a Nicaragua puede recomendar qué se compra bien ahí y en qué lugares?». Me llamaba la atención saber, en verdad, qué tan productivo es comprar en Nicaragua.

Un usuario llamado Mago Rudy me recomendó el Mercado Oriental. «Ahí encuentras de todo… y lo más barato de toda Nicaragua», escribió.

El diario El Continental cuenta que, cuando se tomó la medida de flexibilizar el visado para cubanos –antes de que se liberara por completo–, funcionarios del Intur declararon que era una buena oportunidad para mostrarles a los vecinos caribeños qué ofrece Nicaragua que no hay en su país, como las maravillas naturales de los volcanes.

Sin embargo, a los turistas de la Mayor de las Antillas más bien se les ve «en torno a los volcanes de pantalones y camisas que se alzan en los tramos del Mercado Oriental», dice el texto del mencionado diario.

El sitio web Directorio Cubano describe a este mercado, favorito por los cubanos que visitan el país centroamericano, como un espacio de alrededor de 8.5 kilómetros cuadrados y 128 manzanas, donde «se mezclan lujosas tiendas, unos 20 mil negocios oficiales y otros miles de pequeños negocios informales, así como muchísimos comerciantes que ofertan sus productos en carretones ambulantes».

Según el propio Directorio Cubano, este es el mercado más grande de toda Managua, capital nicaragüense, y se caracteriza por el desorden y el caos callejero hasta el punto de, por tramos, hacerse extremadamente difícil transitar.

En él pueden encontrarse vehículos de transporte, comida, equipos electrónicos, de ferretería, ropa, calzado y, en general, casi cualquier cosa, muchas veces más baratos que en otros sitios y con vendedores dispuestos a regatear.

O sea, el Mercado Oriental es el paraíso de las mulas cubanas que, según El Confidencial, se llevan maletas y en ocasiones hasta carretillas repletas de productos.

Para quienes van con este fin, Nicaragua sí parece prometer bastante.

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«A dormir a sus casas»

Es la madrugada del lunes. Cerca de las cinco de la mañana, como si aún estuviera vigente el toque de queda que hasta hace poco se imponía en Cuba y terminaba justo a esa hora, aquellos que se han ido despertando en el Centro de Negocios regresan al frente del complejo de edificios.

Los policías los dejan estar, pasan un rato más ahí y luego montan su patrulla y desaparecen.

A medida que el sol va saliendo empiezan a llegar más personas. Para las 10 de la mañana, hora en que abre la oficina de Conviasa, el portal está repleto. Ha pasado más de una semana desde que anunciaran el libre visado y las esperanzas son que hoy, por fin, empiece la venta de pasajes.

Mientras esperan noticias, van confeccionando una nueva lista con algunas personas que recién llegan.

Los empleados de la aerolínea hacen su aparición casi a la hora justa de apertura. Entran a la oficina. La gente se aglomera alrededor de la puerta, esperando a que salga algún funcionario a dar la noticia.

Demora unos minutos, pero finalmente sale el mismo hombre bajito del viernes, aunque sin la camisa con el logo de la aerolínea.

–Las ventas de pasajes –empieza a hablar– siguen suspendidas. Los que estén para comprar, pueden retirarse a dormir a sus casas.

–¿Pero hasta cuándo? –le preguntan.

–No se sabe hasta cuándo. Simplemente están suspendidas.

Los que están para reprogramar se quedan gritándole. Hace un año que pagaron sus pasajes, se los están fechando para meses relativamente lejanos y temen que, con la aparición de la variante ómicron de la COVID-19, vuelvan a cerrarse las fronteras y sigan con su dinero depositado en un pasaje que no podrán usar por quién sabe cuánto tiempo.

Los que quieren comprar, regresan al murito, se sientan y siguen esperando. Y seguirán esperando.

El Centro de Negocios de Miramar, con todo su aspecto extranjero, sigue tiñéndose de uno de los más fuertes sentimientos nacionales: querer salir de Cuba.

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