Las sesiones de música electrónica y disc jockeys (DJ) comienzan a ganar espacios en el país del son y la salsa; aunque al tiempo que se extiende su consumo chocan también con la corrupción, personificada en los encargados de conducir los espectáculos sonoros en muchas discotecas del país. Señalados como los “ponemúsica”, estos otros DJ reciben las mayores críticas por la banalidad y poca elaboración de su propuesta, casi siempre limitada a reproducir y mezclar los más pedestres “hits” de reggaetón o salsa, y a saludar a algunos de los asistentes en el salón de bailes en medio de una pieza musical.
“Si de algo se duelen los verdaderos DJ profesionales es de la explosión de individuos que han proliferado por todas partes, que al poder conseguir un equipo (…) y tener acceso a un software se suben a un escenario, se ponen un nombre rimbombante y dicen que son DJ (…) ¿Quién les dijo a esos supuestos DJ que su misión es interrumpir constantemente las canciones con un verbo bastante malo?”, comentaba recientemente un articulista en un periódico local del centro del país.
Con el argumento recurrente de que su función es complacer el gusto del público, estos reproductores de temas juegan un papel poco despreciable en la configuración de ese propio gusto, y pueden bloquear el acceso de expresiones artísticas de mayor valor a discotecas y cabarets.
“Esos centros nocturnos lamentablemente no responden a la política cultural del país y cuesta mucho trabajo insertarles las propuestas más valiosas de la música electrónica”, comenta desde La Habana, Enmanuel Blanco, director del Laboratorio Nacional de Música Electroacústica, un centro que agrupa a más de 30 disc jockeys profesionales.
“No obstante, hemos conseguido espacios en la capital del país, una hora de radio en las noches de los sábado de una emisora nacional y apoyamos, junto a la Asociación Hermanos Saíz, círculos crecientes de jóvenes productores de esta música en el resto de las provincias”, asegura Blanco.
Contrarrestar lo banal con arte
Para que aumente en Cuba la preferencia por esta tendencia sonora y se jerarquice lo que es arte y lo que no, el primer paso es el conocimiento de la expresión. Es por ese motivo que tanto el Laboratorio como la AHS tratan de ofrecer su apoyo a los jóvenes que lleguen con la inquietud de mezclar ritmos electrónicamente. “El interés va creciendo, pues ahora mismo lanzamos una convocatoria para un curso de Productores de Música Electrónica y tengo sobre la mesa 178 solicitudes de matrícula”, cuenta Blanco.
Los creadores suelen exigir más apoyo por parte del entramado institucional del Ministerio de Cultura y del resto del país.
“El respaldo yo lo resumo en una palabra: Internet, una Internet decente para enviar a los sellos discográficos, y así expandir la música electrónica cubana por el mundo”, en palabras de César M, un DJ que ha firmado con sellos discográficos de Nueva York, Madrid y Alemania. Eventos como las Electrorromerías y Electro G en la oriental provincia de Holguín, Proelectrónica en La Habana, y la “caracterización” de algunas noches de cada semana en centros nocturnos de las capitales provinciales, son también pasos para contrarrestar la deformación estética en el gusto.
Pero el carácter “underground” con que se ha movido la música electrónica en Cuba y el mucho dinero que respalda a las otras expresiones más masivas (sustento de los llamados “ponemúsica”) mantiene la aparente contradicción entre lo valioso y lo popular. Son dos caras de una moneda que coexisten y a ratos chocan.
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