La selección chilena de fútbol femenino ganó un solo partido en la fase de grupos del Mundial finalizado recientemente en Francia, pero le había ganado varios a su propia Federación en casa. Dos años antes de la clasificación mundialista, las desaparecieron de toda competición de la FIFA, porque el fútbol femenino no importaba en Chile, según sus directivos. No bastaba que entrenaran en canchas no profesionales o que vistieran las camisetas raídas que dejaban sus colegas masculinos.
Pero la versión oficial no encajaba con la realidad. Sin partidos representativos, ese año de la exclusión, las chicas se organizaron en un sindicato independiente y trajeron al equipo peruano a un amistoso en el Nacional de Santiago. Las “invisibles” juntaron a más de diez mil personas, record absoluto para un partido femenil en Chile. Obligaron a cambiar el statu quo.
Cada combinado femenino que se plantó en la grama del Mundial en Francia en esta su octava edición, tiene una historia similar. Las alemanas, semifinalistas en esta versión de 2019, rodaron una publicidad a priori, donde ironizaban que competirían por un país que desconocía sus nombres. «¿Saben que hemos ganado el europeo tres veces? No, es un error, lo hemos ganado ocho. No tenemos pelotas, pero sabemos cómo usarlas», sentenciaban.
Quizás el caso más rimbombante es la brecha salarial entre un seleccionado que lo ha ganado todo en su versión femenina, como el de Estados Unidos, y su contraparte varonil, un equipo del montón a nivel global. Las campeonas del mundo no cobran por empates, y solo lo hacen si le ganan a un seleccionado que esté en el top ten del ranking FIFA. Mientras al seleccionado masculino, que acaba de perder un torneo regional, le pagan todos los premios. Cuando el pitazo final sonó en París, y coronó por cuarta ocasión a las norteamericanas, un coro se oyó al unísono en las gradas: «¡Equal pay!». Las campeonas del mundo todavía libran la batalla más grave.
En Cuba, las diferencias también son sustanciales, aunque no se percibe a nivel salarial porque este sigue siendo simbólico para los futbolistas de ambos sexos. Las distinciones pasan por la falta de reconocimiento de su Campeonato Nacional, y las imposibilidades de topes internacionales. Aunque en la Isla las mujeres jugaron fútbol desde los años treinta del pasado siglo, no fue hasta 1952 que se oficializó un partido entre chicas, casi todas de la barriada de Puentes Grandes en La Habana.
En la actualidad la historia entre ambos seleccionados tiene un denominador común: las carencias económicas; pero las mujeres lo pasan peor. El Campeonato Nacional no es tal. No se juega a doble vuelta en los principales estadios de cada provincia porque ni siquiera están representados todos los territorios del país, como sí sucede en la liga masculina. En 2018 solo participaron seis equipos y hubo una sede, La Habana. En octubre de este año se celebrará la cuarta edición del torneo. En una matemática simple: apenas en 2015 se organizaron las féminas a nivel gubernamental para competir. La liguilla masculina es centenaria.
Y no es que carezcan de resultados. A nivel regional, las cubanas coparon titulares cuando en la primera ronda de las eliminatorias para el Mundial de Francia 2019, no cedieron ante ningún rival de su llave. Luego cayeron ante los equipos más fuertes del área, pero marcaron un hito, con la imbatibilidad de aquella fase. Sin embargo las nuevas generaciones siguen sin referentes de su género, porque ni en esta ocasión la televisión nacional trasmitió algún partido del Mundial pese a que ha sido el torneo de este tipo más televisado, y con records de audiencia para partidos de fútbol en los dos países finalistas, Holanda y Estados Unidos. En fin, para la cantera femenina del fútbol cubano, no existen ellas ni sus ídolos femeninos en el balompié. Solo los hombres se erigen como referentes en este campo, porque son los únicos que tienen visibilidad en los medios en la Isla.
Es inocente desestimar el papel que desempeña la prensa en la nulidad de la mujer deportista en general. La imagen femenina suele aparecer bajo condicionantes que implican subordinación respecto a sus homólogos masculinos. Uno de los prejuicios más resistentes al cambio es el que considera que hay disciplinas pocos apropiadas para las mujeres. De hecho, Cuba, potencia boxística a nivel global, se resiste a incluir esta variante (ya olímpica) porque para algunos la mujer cubana «solo está para lucir hermosa».
Los hombres deportistas siempre son motivo de noticia en cualquier circunstancia, mientras las mujeres aparecen en los titulares cuando se resalta algún aspecto extradeportivo o ganan un torneo de gran relevancia, que es imposible minimizar. La cobertura de los deportes femeninos es selectiva y los medios no trasmiten porque la audiencia es baja; pero la audiencia es baja porque si algo no se ve no genera afición.
Y así, en ese ciclo vicioso, las mujeres ya salen a la cancha perdiendo por goleada.
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Alex