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Foto: Sadiel Mederos

Aguador, no hay santo remedio

4 / octubre / 2023

Desde hace décadas, el abasto de agua potable en varias zonas de Cuba es un grave problema. La media nacional per cápita, según estudios científicos, es de 1 220 metros cúbicos al año por persona, un bajo volumen por habitante.

Aun así, la demanda y consumo de agua en los sectores residencial, privado y estatal ha aumentado en la isla; mientras la producción agrícola decae de manera acelerada. De 2004 a 2008 el sector agrícola incrementó su gasto de agua en 1 684 millones de metros cúbicos; mientras la producción descendía en 11.5 millones de toneladas para el mismo período de tiempo.

El Gobierno cubano ha dado varias justificaciones para el déficit de agua: baja eficiencia en su uso, pérdidas en las redes de distribución y consumo, factores climáticos como sequías o evaporación por aumento de temperaturas, entre otras. 

La Habana no era de las provincias más afectadas históricamente, como es el caso de Camagüey o Guantánamo. Sin embargo, el desabastecimiento actualmente golpea a los residentes de la capital cubana.

Las deficiencias en el servicio son fáciles de rastrear al leer los medios de comunicación oficiales como el Tribuna de La Habana o las redes sociales de Canal Habana y de la propia empresa Aguas de La Habana. 

«Yo ahorro agua. ¿Y tú?» es el eslogan que te abofetea, como una burla, apenas abres el sitio web de la compañía. Cabría preguntarse a dónde va a parar el agua ahorrada. Agua que, más que ahorrada a conciencia, es economizada por omisión. Además, en 2021 el Estado incrementó la tarifa por el servicio de agua potable a la población, como parte de la Tarea Ordenamiento, pero no aplicó mejorías al servicio.

Al Gobierno pareciera no importarle si escasea o no el líquido en momentos de crisis. En plena pandemia de la COVID-19, al menos 300 000 residentes habaneros quedaron sin agua por supuestas obras de rehabilitación. La entrada de agua en momentos de apagones es un despropósito, en esas condiciones se hace imposible encender las turbinas de agua que muchas casas emplean. Rosaura Socarrás, subdirectora de Operaciones de Aguas de La Habana, admitió en 2022 que las interrupciones en el fluido eléctrico provocaban intermitencias y paros en el bombeo, que nada tenían que ver con la falta de agua. 

La calidad del agua tampoco es óptima. Llega a las residencias con altos niveles de cloro o contaminada debido a las roturas en las tuberías o la poca higiene anual de las cisternas. En varios hogares emplean muchas horas al día en hervirla para potabilizarla. La mayoría de las personas realizan el proceso en recipientes de aluminio, cuya reacción química es dañina para el organismo, y no en cazuelas esmaltadas, más apropiadas para este menester. A ello se suma que el proceso químico al que es sometida el agua al ser hervida la endurece aún más con posibles consecuencias nocivas para los riñones.

Pero la culpa casi nunca recae en el Gobierno ni en el mal uso del agua en el sector estatal; ni en la falta de presupuesto para la ampliación del servicio y el mantenimiento de equipos; ni en el aumento de la infraestructura hotelera; ni en las roturas de las tuberías en las calles, a veces producidas por otras empresas como la del Gas Manufacturado. La culpa la tiene la gente, el pueblo, que desperdicia; la tiene el clima, que se empeña en que la lluvia no llene los embalses; la tiene el «bloqueo» estadounidense, que no deja importar las piezas de repuesto. 

De esta forma se hace fácil justificar, por ejemplo, la disminución en la fuerza de abasto de agua en las áreas aledañas a las zonas turísticas en La Habana. Con la llegada de los cruceros a la capital, en la etapa del deshielo entre Cuba y Estados Unidos, casi todos los barrios cercanos al puerto quedaban totalmente secos.

Similar situación vivieron habitantes de Playa que se abastecen de la misma línea conductora que suple a los nuevos hoteles en 3ra y 70. La deferencia siempre es con los extranjeros, para quienes el agua abunda; mientras los habaneros —y los cubanos en general— sienten su tierra como un desierto sin oasis.

El Gobierno cubano no solo necesita garantizar el agua para los turistas y extranjeros residentes en la isla por motivos económicos, sino también mostrar al mundo que es un garante de este derecho. No importa si la realidad lo contradice; la narrativa política internacional sobre los grandes logros de la Revolución, incluido el de la disponibilidad del líquido para todos, hay que mantenerla a toda costa.

La naturaleza tiene la culpa

El clima, en los últimos tres meses, no ha sido propenso a la sequía, ni en La Habana ni en el resto del país. Mas la culpa, de todas maneras, la tiene el cielo. Fuentes oficiales aseguraron que las tormentas eléctricas afectaron en julio de 2023 a cuatro equipos de abasto de agua para la capital, uno en Ariguanabo y tres en Cosculluela, que ya trabajaban con baja eficiencia. 

Según Rosaura Socarrás, subdirectora de Operaciones de la Empresa Aguas de La Habana, la «solución» fue aumentar el ciclo de suministro a cuatro días, en lugar de a dos, en Playa y Marianao. Se disminuyó la cantidad de horas de bombeo —al igual que en La Lisa—; mientras sucedía lo mismo con zonas del Cerro y Diez de Octubre, con la única diferencia de que el bombeo sería cada tres días.

La premisa era afectar otras localidades para paliar el problema, no solucionarlo. De tal modo, además de los 200 000 habitantes que se afectaron directamente con esta situación, otras familias también sufrieron la incapacidad del Gobierno. Este, sin embargo, no era el peor de los escenarios. Aquellos que, a pesar de las reestructuraciones, siguieran sin tener agua serían servidos por pipas y camiones cisternas. Pipas que, como está cansada de denunciar la población, nunca llegan; pipas que, debido a la corrupción, son desviadas por un precio mínimo que ronda entre los 15 000 y 20 000 CUP —casi siete o nueve veces el salario mínimo de un trabajador en la isla, que ronda los 2 100 CUP—.

Otro detalle curioso es la desaparición del agua embotellada de los establecimientos comerciales estatales; pero sí puede encontrarse en cafeterías particulares y mipymes a precios que llegan a cuadruplicar su valor original. Un pomo de agua natural de fabricación cubana y de 500 mililitros es posible hallarlo por 100 o 150 CUP en cafeterías privadas y hasta en 250 CUP o más en restaurantes pertenecientes al sector por cuenta propia. El precio original es de 15 CUP.

Los puntos particulares de venta de agua potable son una alternativa a la desaparecida agua embotellada, en donde el litro tiene un valor de 5 CUP. La opción, aunque válida, representa un nuevo gasto para las apretadas economías familiares cubanas. Para las familias monoparentales, con salarios mínimos, adultos mayores, jubilados y personas discapacitadas, este pago extra no constituye una salvación. 

El déficit de agua también puede rastrearse en la arquitectura de la ciudad. Las edificaciones, construidas en gran parte sin tanques ni cisternas, fueron diseñadas de manera que les fuera suficiente el líquido que les llegaba desde los acueductos. Sin embargo, la escasez generó modificaciones: espacios robados a jardines y patios para construir cisternas o enterrar tanques; tanques en las azoteas o fijados a los techos dentro de las casas, al debilitar una estructura arquitectónica que no fue concebida para albergar semejante peso; pomos y galones llenos o esperando a llenarse con el preciado líquido, como parte de la decoración hogareña.

En la etapa estival de 2023 —aliñada con peligrosas olas de calor— las familias de La Habana, en especial las mujeres, han enfrentado una sequía impuesta. Sin agua para cocinar, limpiar, lavar, bañarse y, en muchas ocasiones, beber, la situación se torna desesperante. El desespero ayuda a eliminar, aunque sea temporalmente, las barreras de la sumisión.

Medios independientes cubanos han visibilizado protestas por la falta de agua en La Habana. El cubano ha ido aprendiendo que el Gobierno tiene miedo a la toma de los espacios públicos. Así, suenan las cazuelas, se plantan las mujeres en las avenidas con sus hijos y se apostan ante las sedes gubernamentales de los municipios y provincias. Han aprendido también a apropiarse de las redes sociales como complemento de los espacios físicos para elevar sus reclamos. Directas, fotos, publicaciones en Facebook y X evidencian las quejas y exigencias a las instituciones encargadas de velar por el bienestar y los derechos humanos de cada cubano.

Hoy no hay agua para llenar las tinajas, que hace mucho dejaron de costar a medio. Definitivamente, si Osvaldo Rodríguez hubiera seguido viviendo en Cuba, andaría cantando: «Aguador, ya no hay santo remedio».

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