El impacto de las crisis que asolan a Cuba tiene secuelas evidentes, el hambre, los apagones, la inflación y la sequía; pero existen otras consecuencias de la inseguridad energética, hídrica y alimentaria solapadas y naturalizadas.
Consecuencias directas de estas crisis son el éxodo migratorio cubano de los últimos años, el deterioro de la seguridad ciudadana y el retroceso en los sectores de la salud y la educación.
El hastío, la incertidumbre y la búsqueda de seguridades básicas y nuevas oportunidades impulsaron al 2.4 % de los cubanos que decidieron emigrar en 2022.
Solo de enero de 2022 a enero de 2023 llegaron a Estados Unidos unos 313 506 cubanos, cifra que supera con creces a los 54 818 de 2021. Gran parte de este total corresponde a jóvenes en edad estudiantil y laboral, quienes escogen emigrar para garantizar el acceso a servicios básicos, estabilidad y certidumbre para diseñar sus futuros.
Quienes por diversas razones escogen continuar su vida en la isla viven, a pesar de sus esfuerzos, una realidad más sombría, enfrentados a otros fenómenos desencadenados por la multiplicidad de la crisis.
La crisis alimentaria en Cuba ha desencadenado en un aumento drástico de la criminalidad. La incapacidad de cubrir necesidades básicas como la alimentación genera violencia. De ahí que la inseguridad alimentaria tenga una naturaleza criminogénica, término que distingue un sistema, situación o lugar que potencia o causa una actitud delictiva o criminal.
Uno de los tantos ejemplos ocurrió en Santiago de Cuba a inicios de junio de 2023 cuando unos asaltantes fueron descubiertos saqueando el refrigerador y la despensa de una familia.
Asimismo, negocios privados, granjas y dependencias estatales sufren de robos de bienes o se nutren del acaparamiento, reventa y transacciones con actores del mercado negro. Otro punto de retroceso originado por la inseguridad en Cuba es la incapacidad gubernamental para asegurar alimentos en instituciones educativas.
Durante el último año y medio la falta de reserva de alimentos en los almacenes estatales de la isla ha provocado escasez de proteínas, vegetales y frutas en los comedores escolares. Un estudio de Food Monitor Program (FMP) evidencia que en la mayoría de los centros de educación primaria se garantizan los carbohidratos mayormente. Muchos almuerzos se componen de arroz y pan, o harina y boniato.
Ante estas condiciones, muchas familias optan por enviar a sus hijos con «refuerzos», una porción de proteína previamente elaborada en casa. De igual manera, la merienda escolar y otros alimentos nutritivos y saludables han quedado bajo la responsabilidad de sus padres. Sin embargo, son mayoría las familias que no disponen de ingresos suficientes para garantizar diariamente «el plato fuerte» de sus hijos.
Además, se percibe una brecha social entre los niños con acceso a mejores alimentos y el resto. Una cocinera de un centro estudiantil ubicado en Habana del Este comentaba al medio de prensa Diario de Cuba: «A veces un niño lleva algo para acompañar el almuerzo, unas chicharritas de plátano o una salchicha, y el resto de los alumnos le pide o lo mira con envidia. Da mucha pena eso». En grupos de Facebook, varias madres aseguran haber tenido que decantarse por la opción más extrema, y no enviar a sus hijos a la escuela cuando no pueden asegurarles ni el desayuno ni la merienda.
La escasez de agua potable por falta de infraestructura también es un dilema en las escuelas. Otras investigaciones de FMP recogen testimonios de padres y tutores que afirman que en las escuelas de sus hijos no existen fuentes de agua potable para beber o para elaborar los alimentos, y que dependen de una cisterna no saneada para estas labores:
«Por esto, mi hijo se lleva todos los días dos botellas, que hacen en total un litro de agua. Esto le garantiza agua entre las ocho de la mañana y las cuatro de la tarde, que es el horario en el que está en la escuela».
«En general, lo que se dice agua, no hay agua. No hay un lugar donde los niños se puedan lavar las manos antes de merendar ni de almorzar, ni en cualquier otro momento que necesiten agua para asearse o para hacer cualquier trabajo».
En una pesquisa reciente en Caimito, en Artemisa, una residente aseguraba a FMP que tras los cortes de energía eléctrica y las lluvias el agua tenía mal olor y sabor y se había desatado una ola de diarreas y vómitos en la comunidad.
«Mi esposo da varios viajes al pueblo en su bicicleta, trae agua potable en pomos de cinco litros, con eso cocinamos y bebemos. No podemos desconectarnos del sistema de acueducto por completo, porque una pipa de agua cuesta hasta tres mil pesos y tampoco tenemos donde almacenar tanta agua. Por eso nos bañamos muy cuidadosamente y hervimos toda el agua con que nos vamos a bañar», comentó la mujer.
Otro vecino dijo suponer que la contaminación proviene de las aguas albañales que corren por varios lugares del pueblo como consecuencia de los sistemas de desagüe de aguas negras colapsados o mal construidos.
La inseguridad alimentaria, hídrica y energética influyen directamente en el desempeño estudiantil y laboral en el país. Centros educativos o de trabajo reducen o suspenden jornadas por la falta de electricidad o de alimentos. También la escasez de combustible provocó que varias universidades del país anunciaran el cierre temporal de las residencias estudiantiles, el traslado a clases en plataformas virtuales o la concentración de cinco jornadas en dos encuentros.
Las diferentes crisis que atraviesa Cuba inciden, además, en la salud de las personas. La ausencia reiterada de consumo de proteínas y vitaminas han provocado vulnerabilidad en las personas de la tercera edad.
En varios casos, enfermedades como diabetes, gastritis, hipertensión, neuropatía periférica o neuritis óptica han surgido en las etapas de adultos jóvenes hace más de veinte años durante el Período Especial y se han agravado en la vejez.
En este contexto surgen varias interrogantes. Cabe preguntarse por las garantías y recursos de los que dispondrá el Gobierno para el 37.5 % de la población envejecida que se proyecta para 2050 ―según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe― o por los profesionales que formará Cuba cuando el aprendizaje se ve afectado por la falta de alimentos saludables en las escuelas, el estrés y la incertidumbre de los padres en el hogar. ¿Cuánto civismo quedará en el entorno sociocultural del cubano en el que la ley del más fuerte impera y prima en las relaciones sociales más básicas? ¿Cuánto cambiarán los índices demográficos y quiénes permanecerán para preservar lo que quede de la nación?
Lamentablemente, de momento, no existen respuestas.
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