Mi idea del futuro cuando estaba en preescolar era imaginar cada uno de los grados que faltaban para hacerme grande. Primero… séptimo…décimo… Tenía la vida planeada. Con 5 años sabía exactamente qué haría de 1995 en adelante. Cada septiembre el almanaque estaba marcado. El futuro era eso. Pasar de cuarto a quinto, de octavo a noveno, de la suma a la división, de la vocal al alfabeto, del Mundo en que Vivimos a la Biología, de Español a Literatura.
No sospechaba entonces, – no podía hacerlo a esa edad-, que el calendario pararía de ser tan predecible, que el concepto de futuro se llenaría de un montón de indicadores y que entrarían en juego otras variables que a esa edad un niño no entiende o no quiere entender.
-Aquí no hay futuro- Dicen los que se van, los que quieren irse y los que opinan. El primer grupo, por supuesto va a encontrarlo en algún otro lado. Los demás, lo dicen, porque llegado el momento se quedan sin escalón para subir, sin grado al que pasar, sin extraña metamorfosis del tiempo que marque un avance, un punto clave que permita que en retrospectiva la línea cronológica de inicio a fin sea ascendente.
Inicias en un punto y miras de pronto, -por estos escaneos raros que le hacemos a la vida- y todo se antoja igual. Por eso muchos se dan por vencidos. Unos se van, otros se quedan. Unos prosiguen como un jeep con la rueda en el fango dando vueltas, intentándolo. Otros optan por el síndrome del “Me voy a ir un día” y lo paralizan todo; le dan stop a la vida aquí esperando a dar play en otro lado.
Mientras, estoy apostando por un futuro en Cuba. Me siguen los que están emprendiendo con todo, los que son mantenidos desde afuera, los que están esperando con la excusa del ya me voy, los que están de paso desde otro lado, los que necesitan de su zona de confort, los enraizados, los decididos, los que le descubrieron un gusto dulce en el fondo, los que están cómodos, los que tienen miedo de seguir para otro sitio, los que se aburrieron, los que les da igual, los estoicos, los cansados, los que esperan y los que ya no tienen elección.
A veces nos quedamos a esperar a que las cosas se complejicen un poco, a que den con el traste de un modelo económico más efectivo, a que se pueda emprender con menos trabas, a que los negocios no sean bonsái, que hay que regar pero sin que crezcan, a no leer la ley que quite: sino la que dé, a que pasen esas cosas que esperan los que protestan en cualquier otro lado del mundo. En la espera, estoy ensayando futuro en Cuba. Ojalá me salga bien.
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