Foto: Sadiel Mederos

Foto: Sadiel Mederos

Las confituras, los dólares y la chambelona de acero

3 / noviembre / 2020

Se regó como pólvora en las redes. Algunos, al principio, y por diversas causas, pensaron que era fake news, que no era posible que fuese cierto. Pero bastaba ir al sitio original de la publicación para advertir su total autenticidad. El párrafo, publicado el 18 de septiembre último —en la página 3 del semanario Venceremos, órgano oficial del del Partido Comunista de Cuba (PCC) en la provincia más oriental del país—, decía:

“Guantanameros sugieren a la gerencia de la tienda de productos en MLC situada en las calles Los Maceo esquina a Prado se valore la posibilidad de cambiar de lugar las confituras visibles a través de la cristalería que da para esta última arteria y colocar otro producto, porque llaman mucho la atención de los niños, y es complejo explicarle la imposibilidad de los padres para comprarlas por no tener acceso a esa moneda, cuestión que ante la incomprensión de los pequeños, por lo general, les provoca el llanto…”.

¿Esto es Cuba? ¿Este es nuestro país?, se preguntaban algunos entre alarmados, tristes y rabiosos. Pues sí, no solo que era la misma islita que poblamos y sufrimos, sino que el drama tenía una segunda parte, aún más interesante. En la edición del 23 de octubre, en la página 2, se daba respuesta a la inquietud de los lugareños en voz de la gerente general de la Sucursal Cimex Guantánamo. Las golosinas “perceptibles a través de la cristalería”, habían sido recolocadas “en un lugar menos visible al exterior de la unidad”, “porque es cierto que llamaban mucho la atención de los niños”. Y que los padres no tenían acceso a esa moneda (dígase dólares). Y que los pequeños no comprendían. Y que luego de la incomprensión, por lo general, venía el llanto. El llaaaanto.

Lo primero que habría que agradecer es el hecho de que el redactor a cargo de la sección incluyera tal reclamo ciudadano y que —aún más asombroso— la dirección del periódico, en las sucesivas revisiones de la página, no extirpara con el bisturí rojo un párrafo tan elocuente. Si fue un desliz, supongo que alguien lo estará pagando. Si fue un exceso de valentía, lo estará pagando con más ensañamiento.

La demanda, remitida así por Fuenteovejuna, y que en esencia es un susurro lastimero, para que los dueños de la finca, si es posible y no les causa mucha molestia, escondan un poquito los manjares, para que los hijos de padres pobres (que son la mayoría), cuando pasen no den la perreta por querer lo inalcanzable, y terminen llorando; esta demanda, digo, que apenas insinúa con delicadeza —y no exige, reclama, emplaza ni denuncia— resulta, para nuestros estándares habituales de prensa partidista una joya rara. Porque no se suele poner tan al descubierto las diferencias, los estratos, las clases sociales, la mierda en que se ha convertido el sueño de igualdad que aún algunos siguen enarbolando desde las tribunas de la nación, con gritos enérgicos de voces rajadas.

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Claro, a los dueños les caerá mal, muy mal, qué cosa tan fea, qué falta de comprensión y sentido del momento histórico la de esos padres, y la de esos niños, y la de esos periodistas, y la de esos agitadores de redes sociales, que, obviamente, están alentados, o mejor, bien pagados, por el oro del imperialismo. Qué desagradable que algunos recuerden que este ciclo de dolarización es la segunda y tristísima parte de una película de terror que vimos en los noventa. Y que las generaciones pasan y mueren, pero la memoria y algunos documentos quedan. Y la gente lee, y compara. Y se aburre. Y protesta. O se va. Por miles. Para después venir, con dólares, y comprar dulces y repartirles a los que se quedaron solamente con dolores.

Qué injusto con nuestros dirigentes eso que dicen en las redes —esos antros de alborotadores—, qué cruel con el jefe de la Comisión Permanente de Implementación y Desarrollo de los Lineamientos —cargo más largo que la esperanza de los pobres—, que se ha pasado dos mesas redondas y una larga sesión en la Asamblea Nacional explicándonos que “nadie quedará desamparado” cuando próximamente se devalúe (aún más) la moneda nacional, porque aquí sí no hay “terapia de choque”, sino “ajustes”. Y que la gente tiene que trabajar, porque más de un millón en edad laboralmente activa no trabaja. Y que los ahorros, los ahorritos que un maestro o un médico o cualquier obrero pudo acumular en su vida, “pierden capacidad de compra”, pero, “eso es lo que ocurre en el mundo”, y Cuba —ahora lo descubrieron— tiene que ponerse a la par del mundo.

Qué desconsiderado por parte de la gente evocar con este recorte de periódico aquella frase de Orwell de que “todos somos iguales, pero hay unos más iguales que otros”. O rememorar otras medidas y etapas y procesos, que nos dijeron eran “transitorios”, “temporales”, “necesarios, pero no deseables”, como el mismísimo “período especial” que, 30 años después, goza de perfecta salud.

Merecen realmente una visita de nuestros agentes del orden público, o un acto de repudio —que vuelven a estar de moda—, aquellos que se esfuerzan en ver las manchas, cuando hay un sol tan radiante, que vibra en la montaña. Inconformes. Mercenarios. Lacayos. Gusanos. Anexionistas. Trumpistas. Malnacidos.

“Todas esas decisiones que tomó la Revolución en su momento, en su momento tuvieron un fundamento y son correctas…”, nos dice didáctico, flamante y orgulloso el jefe de la Comisión que lleva casi una década reuniéndose, analizando, proyectando, diseñando… Y nos convoca a todos a combatir la inflación que se avecina, porque controlarla administrativamente será difícil, pues “la vida demuestra que mantener inflación reprimida por largo tiempo es prácticamente imposible”.

Yo solo pienso en un buen amigo y su metáfora de la chambelona de acero. Esa que, cada cierto tiempo, los dirigentes del país mojan en miel, la ponen al alcance de los labios de Liborio, y Liborio cree que ahora sí es un dulce real, una confitura auténtica, de esas que se exhiben tras las vidrieras. Pero después de tres o cuatro lengüetazos, sale de nuevo a la superficie la dureza del metal.

Y Liborio llora, y da la perreta, porque no comprende que la prueba definitiva para un verdadero revolucionario es digerir el acero.

 

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