Denucias de abuso sexual en Cuba, caso Bécquer

Ilustración: Verónica F.

Voces de Matria: Un «metoo» cubano útil

15 / diciembre / 2021

El espacio de debate Voces de Matria analiza algunas de las aristas de la denuncia colectiva contra el trovador Fernando Bécquer. Junto a Ailynn Torres Santana, académica y activista feminista, y Mónica Rivero, periodista y coeditora de Matria, la periodista y editora Milena Recio propuso una charla acerca de la distinción entre una denuncia social y una judicial en un caso de violencia machista, la diferencia entre la politización y la instrumentalización del caso y cómo este proceso en Cuba podría tomar aprendizajes de experiencias en otros países. 

Si bien este caso ha tenido mayor repercusión pública, no es la primera vez que Cuba asiste a un hecho de este tipo. «A mediados de 2019 hubo una primera denuncia pública, en este caso por la Diosa», dijo Ailynn para recordar el momento en que la cantante cubana denunció abusos por parte de José Luis Cortés, «El Tosco». «También la onda metoo llegó a Cuba vía personas cubanas que viven en otros países, como cuando se realizó la denuncia contra el profesor de Harvard Jorge Domínguez o contra el profesor cubano en México Armando Chaguaceda», continuó Torres. 

A propósito del caso Bécquer en particular, asegura que «es posible observar una continuidad y un tejido muy obvio en términos de estrategia, en este caso por el agresor. Las testimoniantes reportan hechos concretos que tipifican como delito; no solo que ellas se hayan sentido violentadas». 

A los cinco testimonios publicados el 8 de diciembre por la revista El Estornudo se han sumado numerosos casos. La escritora Elaine Vilar Madruga hizo pública su denuncia. Anunció que había emprendido el camino legal para reclamar justicia y aseguró que no sería la única en hacerlo. ¿Es indispensable que se tramite la denuncia en el ámbito judicial? 

Esta pregunta no solo surge en Cuba, sino que forma parte de la polémica sobre las violencias machistas en otros lugares del mundo; «en algunos con más claridad y más niveles de consenso que en otros», explica Ailynn, quien considera que es la primera vez que en la isla se plantea con tanta fuerza la distinción entre denuncia social y denuncia judicial. 

«En este momento están ocurriendo ambas cosas. Ha habido denuncias públicas, en primera instancia las cinco testimoniantes (que ahora acumulan decenas), y a la vez está habiendo denuncias por la vía legal». Elaine Vilar es la primera a quien le fue aceptada una denuncia contra Bécquer, pero no es la primera que lo intentó: otra testimoniante, Massiel Carrasquero, quiso denunciar en la estación de Zapata y C en el momento de los hechos y no fue recibida. 

A nivel de sentido común y de pronunciamientos institucionales parecería que la denuncia se vuelve legítima cuando va hacia la vía legal; algo que Torres considera «un problema político gravísimo porque no tiene en cuenta las barreras del sistema jurídico-penal que tienen que ver con los indicadores para tipificar un delito, los tiempos de prescripción de cada delito y los momentos en que sucedieron los hechos. Desconoce también los procesos psicológicos individuales, colectivos y sociales; así como las condiciones en que una persona, una mujer, denuncia». 


La especialista recuerda que los porcentajes de denuncia de estos delitos son muy bajos en Cuba y el resto del mundo. «En el caso de la encuesta sobre igualdad de género y uso del tiempo que se realizó en Cuba en 2016, se ve que denuncia poco más del 3 % de las mujeres que han sido víctima de violencia machista (solo al interior de relaciones de pareja)». 

Para concluir sobre el tema, Torres insiste en que «la denuncia pública es legítima y es un fin en sí misma. No tiene que estar precedida ni sucedida por una denuncia legal. Si es posible y es reparador para quienes realizan las denuncias dar curso a ese reclamo por la vía penal, ahí está, disponible, con los límites y las posibilidades que tiene; pero no es el único camino legítimo». 

«Usar los canales establecidos» 

¿Qué significa «canales establecidos» y cómo eso limita o no una denuncia pública en el espacio que las testimoniantes lo decidan?, se pregunta Ailynn, quien considera polémico y revictimizante este tipo de reclamo a quienes escogieron redes sociales o medios de prensa independiente para dar a conocer su historia.  

La denuncia pública, que puede tener lugar en estos ámbitos, «es necesaria y no está condicionada ni es condicionante de la denuncia legal. Son procesos paralelos, eventualmente relacionados, y debemos reconocer sus legitimidades. Quienes hablamos desde los feminismos y desde los espacios de la sociedad civil no necesariamente somos operadores ni operadoras de la justicia», explica Ailynn. 

Mónica Rivero comentó que también ha habido cuestionamientos a propósito del hecho de que las mujeres que denuncian hayan acudido al lugar donde ocurrieron los hechos por su propia voluntad; no hubo resistencia física ni actuaron bajo coacción o amenaza. Hay quien considera que existe cierto grado de consentimiento en el mero hecho de acudir a un lugar; más si se acude por segunda vez, como en el caso de una de las testimoniantes. ¿Cómo denunciar abuso sexual, violencia de género y a la vez no cruzar la delgada línea de infantilizar a las mujeres o representarlas como sujetos sin criterio ni control de la propia voluntad? Poniendo el foco en el agresor.

«Cuando hablamos de violencia machista no estamos hablando de casos individuales y no estamos hablando solo de la capacidad individual para reaccionar frente a eso», añade Ailynn, antes de recordar que el consentimiento puede romperse en cualquier momento del acto. «Que las mujeres hayan llegado a la casa del agresor por sus propios pies no quiere decir que en un momento posterior no hayan dicho que no. [También existe] una falta de consciencia de que se está siendo víctima. ¿Qué significa ser violentada y qué significa una relación desigual que genera subordinación y que es indeseada?» La respuesta a estas preguntas explica en parte por qué se denuncia tan poco y cómo se reacciona frente a estos hechos, asegura Torres. 

«La pregunta es dónde nos vamos a enfocar: ¿en lo que la víctima hizo o no hizo, o en qué momento lo hizo, o si dijo que no al principio o si dijo que no al final? ¿O nos vamos a enfocar en lo que hizo el agresor?».

«Que si estabas vestida así o asao, o si llegaste por tus propios pies o no te pudiste dar cuenta… eres una “mala víctima” y no mereces la atención pública ni la atención institucional. Si bien “¿por qué no dijo que no al principio?”, “¿por qué algunas pudieron salir de la situación y otras no?” son preguntas lógicas, hay que preguntarse por qué nos estamos preguntando eso y no por qué nos causa duda y resquemor que los “no” hayan sido más o menos audibles, que los “no” hayan sido al principio o al final, que alguien se haya dado cuenta de que fue víctima de abuso solo después del suceso o años después. Y por qué nos preguntamos menos qué significa el abuso como una trama compleja de una sociedad que lo autoriza y lo tolera, de un sujeto que hace uso estratégico de la religión y su capital social y simbólico, de la persistencia en los actos de abuso que muestran obviamente la total alevosía». 

«La pregunta política es cómo una sociedad produce escenarios en que las mujeres podemos experimentar situaciones indeseadas por nosotras, a veces sin darnos cuenta en el instante de que es violencia», concluyó. 

Milena Recio se refirió a cómo estas experiencias suponen un aprendizaje social, un acto pedagógico en el ámbito de lo público, con conceptos que se ponen en juego y empezamos a discutir de una manera cada vez más completa. «Estamos funcionando con un sentido común que a veces nos hace hacernos las preguntas equivocadas, no enfocarnos en los lugares más justos, más adecuados; que nos hace cómplices en alguna medida de comportamientos repudiables». ¿Qué experiencias de lo vivido hasta ahora en procesos similares en Estados Unidos, en Europa, en América Latina podemos utilizar para Cuba?

«El metoo es un proceso abierto. No es algo que haya terminado y hayamos podido sistematizar del todo», comenta Ailynn. «El mismo metoo cuando empieza en Estados Unidos tiene muchos límites mirando hacia América Latina. Uno de los problemas es que hace audibles testimonios de figuras conocidas o personas que tienen una presencia grande en el espacio público: actrices, productoras, personas del mundo del arte. En muchos lugares de América Latina el metoo no tuvo mucha incidencia porque la politización contra las violencias machistas venía por otros lugares». 

Continúan invisibilizadas las agresiones que pueden producirse en la esquina, al lado de la casa o por personas no reconocidas ni con capacidad de audiencia en las redes sociales. Ailynn considera que esta es «una de las enseñanzas que debemos tener en cuenta en el momento de visibilizar los casos. Tendríamos que hacer que el metoo alcance a todas las personas, a todas las voces, a todos los agresores y a todas las agredidas». 

Denuncias y denuncias

A partir de las experiencias de los últimos años, las denuncias se enfocan más en cierto tipo de personas públicas, con alcance social mayor; mientras las violencias en otros ámbitos sociales pasan inadvertidas o reciben mucha menos atención. También están los casos de personas con presencia pública a quienes identificarlos o señalarlos como abusadores resulta incómodo para el público. Mónica recordó el caso de Diego Maradona, «un hombre adorado por millones de personas por muchísimos años, muy vinculado al ADN cultural de su país y de otros, por donde pasan afectos, emociones, vínculos con historias familiares».

Las denuncias contra figuras queridas suelen ser conflictivas incluso para activistas. «El caso de Maradona lo dibuja muy bien; por primera vez teníamos delante un fenómeno que tiene que ver con quiénes son los abusadores, quiénes son los machos violentos y la pregunta sobre si, en medio de la cultura de la cancelación, estamos dispuestos como sociedad a aplicar los mismos estándares morales y éticos al margen de quién se trate». 

Ailynn comenta que, en efecto, «a veces no aplicamos los mismos estándares morales, sociales o políticos para un tipo de agresor u otro; mientras a los feminismos se les aplica un tipo de estándar según el cual tienen que tenerlo claro y resuelto, y tener unos niveles de coherencia que no se les piden a otros actores». La sociedad está llena «de conflictos, polémicas, contradicciones, asuntos que no se resuelven bien en ninguno de sus planos en relación a ninguno de sus campos; pero a los feminismos y a la lucha contra las violencias se les pide una suerte de coherencia absoluta, sin manchas, que sea casi aséptico». 

Torres retomó el caso Maradona: «ha mostrado que sí, que hay contradicciones que no están resueltas ni siquiera dentro de los mismos feminismos, que necesitan procesarse en el cruce entre temas de género con temas de clase, con temas raciales, con temas políticos y otros. Son preguntas que hay que responder sobre el curso, que hay que responder sin rechazar de plano necesariamente alguna de las posturas más allá de que podamos estar de acuerdo o no con esas posturas. Política y sociológicamente es importante mirar el campo del conflicto y cómo se va decantando. Esto no es relativizar, es sencillamente participar de la política al respecto. Podremos ir viendo cómo ciertas estrategias se vuelven más sólidas, más aceptables dentro de la sociedad. Todo este proceso se está viviendo en sociedades contemporáneas en las cuales prácticamente ir contracorriente es lo cool, es lo deseado, es lo atractivo. Estamos hablando de un problema que hace parte de un tejido que lo desborda, que lo trasciende y en alguna medida lo condiciona. El lenguaje de lo políticamente incorrecto se ha vuelto lo correcto». 

Un metoo cubano que sea útil

Ailynn Torres considera que en el presente «lo que nos toca ahora es construir un tejido para que esto no sea un asunto volátil ni episódico, que no sea estar hablando de algo puntual que cuando se dirima lo que va a pasar con el agresor termine hasta que suceda otra cosa. Hay riesgos de que eso pase, pero cada vez son menos». 

Torres recordó que, como resultado de la denuncia de la Diosa en 2019, se creó la plataforma YoSíTeCreo, «que se ha institucionalizado desde la sociedad civil y ha acompañado 122 casos de violencia hasta el presente. Parecería que aquel fue un episodio, pero no lo fue. Como resultado de esa denuncia se creó un espacio de la sociedad civil que trajo como consecuencia un espacio de acompañamiento o la presentación de una solicitud de ley integral contra la violencia o la mayor atención institucional a los temas de violencia tanto en los espacios mediáticos como no mediáticos; a la publicación de una estrategia integral contra la violencia hace unos días. No fue espasmódico: tuvo capacidad instituyente. Lo que tenemos que hacer es que las denuncias continúen teniendo capacidad instituyente». 

Frente al caso presente, dijo que «a las víctimas directas de este largo proceso de acumulación de agresiones por parte de Fernando Bécquer es necesario acompañarlas y atenderlas sicológica, legalmente, individual y colectivamente, y focalizarnos en su mismo proceso de reparación, que no tiene que ser por la vía penal, aunque en algunos casos sí. A quienes no hemos sido víctimas directas de él y de este proceso concreto, nos toca sistematizar esta experiencia y darle un alcance más allá del caso, que les dé confianza a otras personas para potenciales denuncias, que continúe politizando el tema por todos los canales posibles, establecidos y no establecidos y de imaginar formas de acompañamiento. En este instante hay muchísimas personas acompañando al gran número de víctimas que siguen pronunciándose y denunciando».

Politizar vs instrumentalizar 

Este ha sido uno de los flancos por los que más se ha debatido el tema. Torres habla de la necesidad de politizar los hechos en la medida de convertirlos en fuente de creación de política; algo distinto a la alineación ideológica o la instrumentalización política como parte de un enfrentamiento entre bandos. 

«Cuando hablo de politización del hecho me refiero a la visibilización de las relaciones de poder que lo articulan. ¿Dónde están los poderes y cómo se ejercen? El poder del agresor sobre las víctimas, el poder de la sociedad que tolera o autoriza ciertos tipos de violencia; o sea, la identificación de cómo se producen las relaciones de poder tanto en el hecho como en su tramitación y más allá. En qué medida esto se instrumentaliza (y ahora sí hablo de la ideologización) por distintos actores políticos para sus agendas, por otra parte, no se puede evitar. No se ha evitado en otros escenarios. En el cubano, altamente polarizado en este momento tampoco se va a evitar. Tenemos que contar con que el caso está siendo instrumentalizado, seguirá siéndolo y eso no puede ni debe inhabilitar el acompañamiento, que ahora mismo es lo vital».



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