En días recientes, las redes sociales han sido el epicentro de una polémica basada en la intervención del profesor Fabio Fernández Batista en la Mesa Redonda, espacio televiso que rige la propaganda del sistema político cubano. En la emisión, dedicada al patriotismo, el académico expresó su apreciación sobre el estado del fenómeno simbólico en la actualidad.
Según Fernández Batista: «La combinación sobre cómo construir un patriotismo que nos permita verdaderamente llegar a un futuro mejor parte de diseñar un proyecto de país exitoso, próspero para sus ciudadanos, capaz de entender la pluralidad y la diversidad que marca la realidad que es Cuba (…). Ese patriotismo está impugnado por la profunda crisis que ahora mismo marca la realidad del país, porque el patriotismo no podemos conectarlo exclusivamente con la idea de la resistencia heroica, de que aquí estamos resistiendo como los mambises».
Resulta interesante que la intervención de Fernández Batista ocurriera en medio de un contexto atravesado por un grupo de condicionantes políticas, económicas y sociales: las negociaciones diplomáticas con Estados Unidos; un eminente juicio financiero contra el Banco Nacional de Cuba y el Estado por impagos de deuda en Gran Bretaña; las fricciones con la Unión Europea por las constantes violaciones a los derechos humanos; una crisis económica y migratoria; y la alta abstención-voto negativo electoral en los últimos ejercicios de ratificación política. A lo anterior, debe añadirse que el académico destaca por sus posiciones prosistema y anti-sociedad civil.
Las interrogantes, entonces, son varias: ¿Por qué hacer alusión a la definición de patriotismo en un contexto de negociación diplomática con Estados Unidos? ¿Será otro amago político de determinados sectores oficialistas dentro de la academia residente en la isla? ¿Por qué no hablar de los derechos políticos de los emigrados? ¿Por qué exponer la privacidad de los estudiantes en lugar de reforzar la problemática con la información y los datos existentes desde las ciencias sociales?
La intervención (que no aporta nada nuevo a un debate superado en las ciencias sociales), después de los contables efectos de los procesos nacionalistas en el siglo XIX y XX, reavivó la polémica popular sobre la condición política de «ser patriota» en la Cuba actual. Bajo un Estado totalitario como el cubano, en el que los poderes públicos responden a una ideología autoritaria, deben analizarse algunos elementos imprescindibles que obligan a definir lo cubano no como un ente social fósil, sino como una expresión cultural viva y en constante transformación —más allá que «lo patriótico» como término excluyente—.
Cuba es un Estado-nación en el que la condición de exiliado ha reconfigurado el sentimiento nacional durante las últimas décadas. La restructuración ha diversificado aún más la base de una nacionalidad fraguada bajo la mentalidad del patriciado insular del siglo XIX y que se ha redefinido bajo los efectos del autoritarismo y el exilio forzado —haciendo que un núcleo importante de ciudadanos asuma lo patriótico como «lo revolucionario»—.
En el fondo de la reinterpretación cultural está la jerga nacionalista empleada por el sistema político que lideró Fidel Castro y que convirtió el fenómeno en una expresión de segregación política. Pero contrario a los que muchos puedan pensar, el fenómeno es el resultado de un proceso cultural de larga duración histórica en el que se entremezclan nacionalismos radicalizados, mesianismos políticos y la propaganda ideológica de numerosos círculos de poder —en especial durante la época republicana, entre 1901 y 1959—.
La formación de la nacionalidad cubana y la idea de patria son hijas del liberalismo político asumido por el padre Félix Varela, cristalizadas posteriormente por los hombres de las guerras de independencia —entre quienes están Carlos Manuel de Céspedes y José Martí—. Durante el siglo XIX esta corriente de pensamiento fue la base fundacional de la legislación social más avanzada en la región latinoamericana. Con el establecimiento de la vida republicana, «lo patriótico» fue un elemento que emplearon importantes grupos del panorama intelectual del período (como la Generación de 1910 y su defensa de la Virtud Doméstica, el Grupo Minorista y el Grupo Orígenes). A nivel mundial, el siglo XX estuvo atravesado por el auge de los nacionalismos y su radicalización, lo que condujo a la humanidad a dos guerras mundiales.
Con el Gobierno de Ramón Grau San Martín (1944-1948) se inaugura en la isla el discurso de la cubanidad que generó, a pesar de su corte reformista y democrático, una crisis política (basada en el deterioro de la credibilidad de la clase política y el avance del autoritarismo militar en los grupos castrenses). La crisis desembocó en el golpe de Estado de marzo de 1952, encabezado por Fulgencio Batista.
La dictadura de Batista también empleó un discurso nacionalista que combinó con una época de estabilidad económica. La restitución del hilo democrático en el país se convirtió en una preocupación cívica para diversos sectores de la sociedad civil que se enfrascaron en la lucha antibatistiana, caracterizada por su amplio espectro político, ideológico y social (basta citar el M-26-7, el Directorio 13 de marzo y los sectores juveniles de la Acción Católica).
Al triunfar la Revolución cubana se vivió un ciclo de guerra civil que se extendió hasta el final del conflicto guerrillero en el Escambray. Con la victoria de las fuerzas gubernamentales radicalizadas se ahogó la diversidad política que había caracterizado la lucha antibatistiana, lo cual mezcló lo patriótico con lo revolucionario.
La moral política propuesta desde el poder se fundamentó en tres aspectos: integración política, aceptación del statu quo e indiferencia cívica ante la anulación de los derechos humanos de los ciudadanos. La evidencia del descarte político fue la creación de un sistema de exclusión para un segmento de la sociedad (religiosos, miembros de la comunidad LGTBQ+, disidentes políticos y artistas e intelectuales que se situaban en la periferia del sistema).
En un contexto autoritario en el cual el discurso oficial hace alusión a términos como diversidad, diáspora o patriotismo, pero en el que las interrogantes desfasadas son palabras vacías (porque la participación política y la concesión de derechos se restringe a «dentro de la Revolución y la ética socialista») qué se podría entender por patriotismo.
El término, en desuso en importantes sectores académicos, se debe resignificar en la identidad cultural cubana al tener en cuenta aspectos fundamentales como la participación ciudadana plena, valores inclusivos —comenzando por el derecho al retorno al país (negado recientemente a los intelectuales Carlos Manuel Álvarez, Omara Ruiz Urquiola y Anamelys Ramos) y la capacidad de participación electoral y política de los emigrados.
En la Cuba de hoy, más allá de los conceptos, urge hablar sobre iniciativas ciudadanas y políticas sustentadas en la inclusión, la participación, la educación cívica y ética en todos los niveles de la enseñanza; sobre la reparación histórica y la reconciliación. Cualquier proyecto político que se sustente en la exclusión no contribuirá al bien común, menos aún solucionará el conflicto en que ha asumido al archipiélago la propuesta política del Partido Comunista legitimada en la Mesa Redonda.
El ser cubano no se puede supeditar a un Partido-Estado y su canon ideológico; en una sociedad cada vez más abierta (como la cubana) los planteamientos en espacios oficialistas solo son paños tibios que no reaniman el cuerpo.
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